Como
aspirante a escritor, me he preocupado por leer libros de diversos autores
acerca del arte de escribir. Todos y cada uno de ellos son tan distintos entre
sí, que uno termina concluyendo que la literatura no es del todo comprensible,
que es caprichosa; que cada quien la ve desde su propia perspectiva, desde su
propia trinchera, y donde unos ven la inspiración como un don elegido para
pocos, otros la ven con frialdad o hasta la niegan.
Recuerdo algunos: un manualito, muy técnico y
muy mal hecho de Paula Arenas, “Curso de escritura creativa”; o “Sujetos distantes: Discurso del método
científico” de Guillermina Baena Paz. También recuerdo las acotaciones de
Chejov y Quiroga sobre los cuentos, y los consejos de Cortázar: “Si la novela
gana por puntos, el cuento debe hacerlo con un knock-out”. Todos los consejos
de estos escritores, aunque a veces contradictorios, resultan muy útiles. Sin
embargo, han sido dos libros los que más me han ayudado, los que más me han
esclarecido el camino: uno es “Mientras escribo” de Stephen King, y el otro, es
el “Manual de creación literaria” de Oscar de la Borbolla.
Cualquiera podría pensar que estos dos
autores, tan pero tan distintos entre sí, discreparían sobre temas cruciales de
la literatura: la verosimilitud, el ritmo de la narración, el vocabulario… Lo
sorpresivo es que no: que concuerdan bastante, que llegan a las mismas
conclusiones sin decir lo mismo, lo cual es un alivio.
Obviaré el hecho de que Oscar de la Borbolla
es un escritor de cuentos “poco ortodoxos”, de ucronías divertidísimas y de
novelas filosóficas e irónicas, y que Stephen King escribe novelas de terror y
otros best-sellers que han tenido adaptaciones al cine; ambos aman leer y
escribir con la misma demencia, y contagian ese amor al lector, lo que es
precisamente el mayor logro de ambos libros.
Los compararé para que se entienda mejor lo
que quiero decir. Stephen King comienza diciendo que “si quieres ser escritor,
lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho”. De la Borbolla da
por hecho que el aspirante a escritor conoce esta regla, y comienza
contrastando dos posturas sobre el talento literario y la inspiración: que si
desciende de los dioses (lo que hace pensar que los primeros hombres de las
civilizaciones madre tenían baja autoestima), o que es sólo un cálculo
intelectual, tal y como Poe lo expone en su “Filosofía de la composición”.
Acerca de esto, King dice que la inspiración viene mientras se escribe, y que
genios como Shakespeare, Faulkner, Yeats y Shaw eran “accidentes divinos,
personajes con un don que no podemos entender y mucho menos alcanzar”. Quizás esos
genios literarios comprendían a la perfección el concepto que Borbolla bautiza:
“historia subterránea”, que en las palabras sucintas de Ricardo Piglia sería
que “todo cuento cuenta dos historias”, y que sólo con la historia subterránea
se puede formar la intriga. King jamás usa el término pero si nos explica algo
similar: para él, todas las historias son fósiles que poco a poco se
desentierran y que nunca por ningún motivo hay que darlo todo servido al
lector.
Sobre los personajes, De la Borbolla dice: “Conviene
recordar que con los buenos personajes ocurre lo mismo que con las personas
interesantes: por más que sepamos de ellos no nos da la impresión de que lo
sepamos todo”. King llega a la misma conclusión pero de distinta forma: “Sólo
hay dos secretos: prestar atención a lo que hace la gente que te rodea y contar
la verdad de lo que has visto”. Aquí, en la construcción de personajes, entra
en juego la verosimilitud: ambos están de acuerdo en que en este aspecto es piedra
angular en la literatura. De la Borbolla nos da el ejemplo de un cuento de
Marcel Aymé que narra la historia de un hombre común y corriente que es capaz
de atravesar las paredes. King no necesita dar muchos ejemplos, ya que sus
novelas lo evidencian: “Carrie”, la novela de una chica que sufre bullying en el high school, y que es víctima de una madre extremadamente
religiosa, podría pasar como una historia que sucedería en la vida real, sino fuera
porque la protagonista posee la cualidad de la telequinesia. Ambos nos dicen lo
mismo (se logra la verosimilitud al establecer una proporción entre el elemento
fantástico y los elementos convencionales) pero De la Borbolla nos ofrece una
visión más: la verosimilitud también se logra al acumular acciones fantásticas
a gran velocidad que no le dan oportunidad al lector de preguntarse: “¿Por qué?”
(El mejor ejemplo aquí es “Cien años de soledad”).
También tienen sus diferencias. King se toma
su tiempo en dar consejos sobre las herramientas de escribir; las palabras:
recomienda jamás usar la voz pasiva, evitar los adverbios, las dificultades de
las atribuciones de diálogo (lo mejor es siempre el “dijo”) y la estructura de
párrafos. De la Borbolla se salta esto porque su perspectiva es otra: él
analiza el entramado de las historias y cómo se arman. Nos explica los distintos
planos de realidad (los tipos de narradores), la anisocronía (la composición
del tiempo de la historia y lo que ocupa el lector en leerla), la visibilidad y
la economía expresiva. Estas dos últimas también las expone King: a la visibilidad
le llama ojo mental, y sobre la economía expresiva, King dice: “Recuerda que la
primera regla del vocabulario es usar la primera palabra que se te haya
ocurrido, siempre y cuando dé vida a la frase”.
Al acabar de leer ambas obras,
inevitablemente las complementé. De la Borbolla dedica capítulos enteros a
conceptos como la ambigüedad y el humor, que King ni siquiera menciona (quizás
por su misma naturaleza literaria). No quiero entrar en la polémica sobre si
Stephen King realmente escribe literatura o no; por mi parte, disfruté leyendo “Misery”
tanto como disfruté leyendo “Las vocales malditas”, así que quizás se trate de “calidades
distintas” (si es que existe tal idea). Lo importante es recalcar que, bajo
distintas visiones, ambos revelan las técnicas y mañas de su trabajo. Quizás el
“Mientras escribo” le sirva más a quienes aspiren a escribir best-sellers con
tramas vertiginosas y absorbentes, y quizás el “Manual de creación literaria”
para el que quiera crear literatura transgresora y que juega consigo misma. Lo
esperanzador es que ambos, siendo tan distintos, lleguen a los mismos lugares:
ambos admiran a Lovecraft, ambos se divierten como niños escribiendo, y, como
nota aparte, ambos a la hora de narrar escenas de sexo, son muy explícitos…
Pero ya sería tema de otra reseña.
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