martes, 4 de diciembre de 2012

Reseña de “Manual de Creación Literaria” de Oscar de la Borbolla.


Como aspirante a escritor, me he preocupado por leer libros de diversos autores acerca del arte de escribir. Todos y cada uno de ellos son tan distintos entre sí, que uno termina concluyendo que la literatura no es del todo comprensible, que es caprichosa; que cada quien la ve desde su propia perspectiva, desde su propia trinchera, y donde unos ven la inspiración como un don elegido para pocos, otros la ven con frialdad o hasta la niegan.
   Recuerdo algunos: un manualito, muy técnico y muy mal hecho de Paula Arenas, “Curso de escritura creativa”; o  “Sujetos distantes: Discurso del método científico” de Guillermina Baena Paz. También recuerdo las acotaciones de Chejov y Quiroga sobre los cuentos, y los consejos de Cortázar: “Si la novela gana por puntos, el cuento debe hacerlo con un knock-out”. Todos los consejos de estos escritores, aunque a veces contradictorios, resultan muy útiles. Sin embargo, han sido dos libros los que más me han ayudado, los que más me han esclarecido el camino: uno es “Mientras escribo” de Stephen King, y el otro, es el “Manual de creación literaria” de Oscar de la Borbolla.
   Cualquiera podría pensar que estos dos autores, tan pero tan distintos entre sí, discreparían sobre temas cruciales de la literatura: la verosimilitud, el ritmo de la narración, el vocabulario… Lo sorpresivo es que no: que concuerdan bastante, que llegan a las mismas conclusiones sin decir lo mismo, lo cual es un alivio.
   Obviaré el hecho de que Oscar de la Borbolla es un escritor de cuentos “poco ortodoxos”, de ucronías divertidísimas y de novelas filosóficas e irónicas, y que Stephen King escribe novelas de terror y otros best-sellers que han tenido adaptaciones al cine; ambos aman leer y escribir con la misma demencia, y contagian ese amor al lector, lo que es precisamente el mayor logro de ambos libros.
   Los compararé para que se entienda mejor lo que quiero decir. Stephen King comienza diciendo que “si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho”. De la Borbolla da por hecho que el aspirante a escritor conoce esta regla, y comienza contrastando dos posturas sobre el talento literario y la inspiración: que si desciende de los dioses (lo que hace pensar que los primeros hombres de las civilizaciones madre tenían baja autoestima), o que es sólo un cálculo intelectual, tal y como Poe lo expone en su “Filosofía de la composición”. Acerca de esto, King dice que la inspiración viene mientras se escribe, y que genios como Shakespeare, Faulkner, Yeats y Shaw eran “accidentes divinos, personajes con un don que no podemos entender y mucho menos alcanzar”. Quizás esos genios literarios comprendían a la perfección el concepto que Borbolla bautiza: “historia subterránea”, que en las palabras sucintas de Ricardo Piglia sería que “todo cuento cuenta dos historias”, y que sólo con la historia subterránea se puede formar la intriga. King jamás usa el término pero si nos explica algo similar: para él, todas las historias son fósiles que poco a poco se desentierran y que nunca por ningún motivo hay que darlo todo servido al lector.
   Sobre los personajes, De la Borbolla dice: “Conviene recordar que con los buenos personajes ocurre lo mismo que con las personas interesantes: por más que sepamos de ellos no nos da la impresión de que lo sepamos todo”. King llega a la misma conclusión pero de distinta forma: “Sólo hay dos secretos: prestar atención a lo que hace la gente que te rodea y contar la verdad de lo que has visto”. Aquí, en la construcción de personajes, entra en juego la verosimilitud: ambos están de acuerdo en que en este aspecto es piedra angular en la literatura. De la Borbolla nos da el ejemplo de un cuento de Marcel Aymé que narra la historia de un hombre común y corriente que es capaz de atravesar las paredes. King no necesita dar muchos ejemplos, ya que sus novelas lo evidencian: “Carrie”, la novela de una chica que sufre bullying en el high school, y que es víctima de una madre extremadamente religiosa, podría pasar como una historia que sucedería en la vida real, sino fuera porque la protagonista posee la cualidad de la telequinesia. Ambos nos dicen lo mismo (se logra la verosimilitud al establecer una proporción entre el elemento fantástico y los elementos convencionales) pero De la Borbolla nos ofrece una visión más: la verosimilitud también se logra al acumular acciones fantásticas a gran velocidad que no le dan oportunidad al lector de preguntarse: “¿Por qué?” (El mejor ejemplo aquí es “Cien años de soledad”).
   También tienen sus diferencias. King se toma su tiempo en dar consejos sobre las herramientas de escribir; las palabras: recomienda jamás usar la voz pasiva, evitar los adverbios, las dificultades de las atribuciones de diálogo (lo mejor es siempre el “dijo”) y la estructura de párrafos. De la Borbolla se salta esto porque su perspectiva es otra: él analiza el entramado de las historias y cómo se arman. Nos explica los distintos planos de realidad (los tipos de narradores), la anisocronía (la composición del tiempo de la historia y lo que ocupa el lector en leerla), la visibilidad y la economía expresiva. Estas dos últimas también las expone King: a la visibilidad le llama ojo mental, y sobre la economía expresiva, King dice: “Recuerda que la primera regla del vocabulario es usar la primera palabra que se te haya ocurrido, siempre y cuando dé vida a la frase”.
   Al acabar de leer ambas obras, inevitablemente las complementé. De la Borbolla dedica capítulos enteros a conceptos como la ambigüedad y el humor, que King ni siquiera menciona (quizás por su misma naturaleza literaria). No quiero entrar en la polémica sobre si Stephen King realmente escribe literatura o no; por mi parte, disfruté leyendo “Misery” tanto como disfruté leyendo “Las vocales malditas”, así que quizás se trate de “calidades distintas” (si es que existe tal idea). Lo importante es recalcar que, bajo distintas visiones, ambos revelan las técnicas y mañas de su trabajo. Quizás el “Mientras escribo” le sirva más a quienes aspiren a escribir best-sellers con tramas vertiginosas y absorbentes, y quizás el “Manual de creación literaria” para el que quiera crear literatura transgresora y que juega consigo misma. Lo esperanzador es que ambos, siendo tan distintos, lleguen a los mismos lugares: ambos admiran a Lovecraft, ambos se divierten como niños escribiendo, y, como nota aparte, ambos a la hora de narrar escenas de sexo, son muy explícitos… Pero ya sería tema de otra reseña. 

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