martes, 4 de diciembre de 2012

Reseña de “Escenarios del sueño” de Jorge F. Hernández.





En “Escenarios del sueño”, Jorge F. Hernández demuestra su madurez literaria y nos regala cuentos, unos tan breves como párrafos,  que justamente son eso: escenarios de varios sueños.
   El libro está dividido en tres partes: “Ciudades en sueño”, “Retratos leídos” y “Escenarios del sueño”. En la primera parte, Hernández describe en sólo un párrafo a varias ciudades y locaciones del mundo entero; no las describe física y geográficamente como uno pensaría, sino que con palabras, brevísimas historias y metáforas, nos va formando imágenes que podemos asociar con facilidad a la ciudad descrita.
   En “Retratos leídos”, Hernández hace lo mismo pero esta vez con escritores; los cuentínimos aquí son casi poemas en prosa, donde con pocas palabras pintan el retrato entero de escritores tan variopintos como Poe, Borges e Ibargüengoitia. Con pocas palabras a las que siempre los asociamos, los describe.
   “Escenarios del sueño” son cuatro cuentos largos, generalmente de corte fantástico. En el que me parece el mejor de ellos, “Eso que se diluye en los espejos”, donde está narrado un genocidio en segunda persona, de manera fragmentaria; eso recrea una atmosfera inquietante, ya que el narrador le está recriminando al mismo lector los crímenes que cometió; y como está narrando cómo “tú” estás leyendo la “carta” (o cuento) y te juzga por haber olvidado intencionalmente los hechos, en verdad como lector te atrapa y te hace preguntarte si de verdad cometiste algún acto criminal; todo está establecido desde su primera línea: “Sabes de que se trata…”
   En el cuento “Las vías del olvido”, el protagonista pernocta en una estación ferroviaria y se encuentra con los fantasmas salidos del manicomio de la ciudad. En “Sueños trenzados”, nos topamos con el fantasma de un familiar que convive en la realidad onírica y en la mera realidad.
   Por último, en “Escenarios del sueño”, Hernández relata las historias que se le ocurren a un escritor en su siesta. Quizás eso es justamente lo que sucedió con las historias reunidas en este libro: que son salidas de sueños, de realidades alternas; y quizás eso es toda la literatura: una sola y fantástica realidad alterna. 

Reseña de “El amor no es para cerdos como tú” de Alejandro Montes.


La contradicción y sordidez humanas. Esa es la columna vertebral de este recopilatorio de cuentos de Alejandro Montes, “El amor no es para cerdos como tú”, que desde su título se induce la agresividad de la obra. En cada uno de los breves cuentos, (ninguno excede las diez páginas) Montes retrata casi de manera fotográfica escenas cruentas y enfermizas, casi copiando la realidad nacional. Cuentos de traumas infantiles, de despidos injustificados, de relaciones destructivas.
   Un cuento que ejemplifica a la mayoría es el que le da título a la obra. Niños de la primaria que hablan con las peores groserías, y descubren torpemente el sexo y el amor. Si analizamos a los personajes de los demás cuentos, no dejan de tener más profundidad que de la de niños de primaria; contradictorios y sin explicarse por qué hacen lo que hacen.
   En el cuento “Everardo y Micaela”, nos cuenta la historia de una pareja que viven al parecer la última noche de sus vidas en un barato cuarto de hotel, teniendo sexo e inyectándose drogas. Nunca se dicen te amo; sobre todo Micaela, que parece que sólo habla a base de groserías. Ese es otro de los temas recurrentes en el libro; la relación entre amor y sexo. También lo encontramos en el cuento de “La lavandería”, donde un hombre cuarentón y solitario se masturba con la ropa de las mujeres que encargan su ropa en el local; así como también en “Una noche inolvidable”, donde militares violan a travestis, sin cuestionarse nada, ni sentir ninguna culpa; todo lo contrario, lo hacen como si fuese ese su deber.
   Quizás el cuento más impactante de entre los reunidos aquí es “Igual que siempre”, donde una elegante pareja va a cenar al restaurante más caro de la ciudad; la mujer, fina y aristócrata, en un principio mira con desprecio al mesero. Después, le pide permiso a su marido para ir al baño; ella entra al de hombres, con el mayor de los cuidados, y ahí encuentra al mesero que anteriormente había despreciado; lo mete a un compartimento y le pide que la viole, que “la trate como a una puta”.
   La contradicción humana en su esplendor; el mismo Alejandro Montes específica que sus cuentos tratan de ser “instantáneas capitalinas”, y quizás, al menos en el lado negativo, lo logra. Al terminar de leer el libro, uno se queda con la sensación de que la felicidad humana es imposible. Así de rudos son los cuentos recopilados en “El amor no es para cerdos como tú”. 

Poesía I


El sueño
Así, dormidos.
Son sólo cuerpos sin nombre.
Cuerpos sin dueño.
Cuerpos sin lumbre.

Respiran ajenos a su pasado.
Retozan sin prisa ni celo.
Cada uno recién acostado.
En una nube de su propio cielo.

Han sido abandonados de sus propios sentimientos.
De alguna manera también han sido salvados.
De sus miedos, de sus deseos.
Purgados de sus desenfrenos.
Propios y ajenos.
Despojados de su hambre y su sed.
De su frio y su calor.
De su mente y su sexo.
Al menos por un momento.

Nadie duerme triste.
Nadie duerme enojado.
Todos atraviesan el mismo umbral,
el mismo prado.
Nadie se pregunta si es un río o una vereda.
Nadie se pregunta si se podrá regresar.
Lo sabemos por descontado.

La vida no se permite pausas.
“Déjenme morir cinco años para luego regresar”.
Bueno fuera.
Pero si alguna piedad tuvo Dios,
fue la del descanso.
La felicidad de morir un rato.
La alegría de cerrar todas las puertas.
La paz de la amnesia.

¿Acaso no se detienen a pensar en los pensamientos que nos ahorramos?
Dormir es un acto de preservasión.
De evitar hacernos daño
De domarnos.
De acostumbrarnos,
poco a poco
a la muerte.

Tontos como yo los que se desvelan
para escribir poemas.
Necios, que se resisten
para vivir tiempo extra.
Que se rebelan,  y van en busca
de más tristeza.
¿Por qué se empeñan en ir contra
la naturaleza?
¿Por qué se desesperan en ir enumerando
tragedias, dilemas,
en ir tanteando pesadas verdades
y contándose a sí mismos sus propios problemas,
cuando podrían cerrar los ojos y olvidar
que son seres pensantes;
podrían volverse carne y esperar,
formarse en la fila para entrar
al umbral del sueño y caer
a los brazos de su propia suerte,
descender a su intimo sueño
que es tan sólo
un ejemplo de la muerte?

¡Basta ya, vanidosos poetas!
Que gustan de mirarse al espejo.
Reconocer sus fealdades y señalarlas
en los demás!
¡Basta, les digo; duerman ya!
Que ya no caben más sueños en la vigilia,
y aparte, porque los sueños,
pertenecen al soñar.
¡Durmamos todos juntos ya!
Desandemos el andar.
Al precipicio vayamos ya; saltemos
para callar y olvidar
quiénes somos y quiénes seremos.
Porque todos somos sueño.
Y ese sueño
morirá.

Dos besos.

El hombre y la mujer se dan un beso;
la poesía ya ha descrito este encuentro,
ya lo ha previsto, ya lo ha inventado
hasta la saciedad.
Ya lo ha distribuido y lo ha promocionado.
Lo ha enaltecido y lo ha maquillado.
Lo ha destruido.
¿Qué no se ha dicho ya? De este flirteo,
de este predecible juego, de este flujo
de matrimonios y divorcios,
 de embarazos y de abortos,
¿qué hay de nuevo?

Sin embargo, dos hombres, cuando se dan un beso…
¿Qué es eso? Es el vacío.
Es el abismo a lo desconocido.
¿Es una sátira, es una provocación?
¿Es amor mal invertido, es dolor?
Pero el amor no sufre ni ocio ni desempleo
y no se propaga uniformemente,
ni en la misma dirección.
Es la manifestación de una íntima fiesta de
emociones.
El amor entre dos hombres
es un amasijo sin forma
es un vapor embriagante,
una electricidad que actúa como si fuese
recién descubierta
pero es más antigua
que la misma virilidad.
La poesía nos engañó; nunca los censuró.
Es sólo que, de vez en cuando,
y sobre todo en tiempos lunáticos
es mejor ser sutil y no armar escándalo.
Porque este amor es como la pólvora,
y si no se le trata con cuidado,
es capaz de matar
y ser matado.
Musa

Me dieron a elegir entre casarme
o con la Música, o con la Literatura.
Y les dije, señores:
las dos mujeres son hijas de la misma madre,
¿cómo las podré diferenciar?

Las dos cabalgan los mismos caballos
y pasean el mismo bulevar;
las dos se evaporan si les dices “Te amo”
y no se dejan apaciguar.

Ambas recorren la piel humana
con la misma intensidad
y se dejan consentir con los mismos
versos
y las mismas palabras de ámbar y vanidad.

Se maquillan igual,
se visten igual
besan igual;
¿pues qué diferencia habrá,
entre dos mujeres
que trabajan con los mismos
documentos,
que se apasionan por los mismos
hombres,
y se detienen en los mismos
ríos,
las mismas
lunas
y se crujen los mismos
huesos?

No tiene caso ni ordenarlas en diferentes casas,
ni  hacer que viajen a otros países
porque de todas maneras, el mundo entero
las ama por igual.

Reseña de “El llanto de los niños muertos” de Bernando Fernández, BEF.


Es un mito aquello de que no existe el género de la ciencia ficción en México; existe, y su mejor exponente es Bernando Fernández, BEF. En su recopilatorio de cuentos, “El llanto de los niños muertos”, es donde podemos ver resumida su concepción de la ciencia ficción y su replanteamiento en México; BEF no intenta innovar en el género, sino sólo ubicarlo en un contexto no muy utilizado. Con historias hilarantes como “La virgen ahogada conoce a Frankenstein” y otras que son parábolas interestelares de la conquista española sobre Tenochtitlán en “Las entrañas elásticas del conquistador”, se forma este libro. Otro de los aspectos que resaltan es lo notorio que es la faceta de dibujante de cómics de BEF; las tramas y las escenas de ciertos cuentos parecen descritas como si estuvieren acompañadas de su viñeta correspondiente.
    Entre los temas recurrentes que encontramos en los cuentos de “El llanto de los niños muertos” es aquella mezcla entre fantasía y realidad como en el cuento “Ojos de lagarto”, donde un dragón mantiene a rehén a una chica en un parque urbano si no le entregan cantidades industriales de atún y coca-cola; o como en “El pasillo del azúcar”, donde unos niños sospechan que cierta maestra en realidad es una mutante.
   Otro tema es el absurdo; como en “Los leones”, donde una supuesta plaga de leones invade la Ciudad de México (en tiempos cuando Cuauhtémoc Cárdenas era Jefe de Gobierno, como bien señala el autor) y en otros el tema es el apocalipsis, como en los cuentos “Las últimas horas de los últimos días” y “Siete escenarios para el fin del mundo y un final final”.
   Quizás el tema más predominante es el del contraste entre lo histórico y lo fantástico, como en “Están entre nosotros”, un cuento que sugiere que la causa del terremoto de 1985 y del asesinato de Colosio son los extraterrestres; y en “La bestia ha muerto”, replantea el enfrentamiento entre Maximiliano de Habsburgo y Benito Juárez pero desde el género de steampunk.
   “El llanto de los niños muertos” recopila cuentos (algunos mejores que otros) que revelan la naturaleza literaria de BEF: los géneros de la fantasía y la ciencia ficción, pero sin tomárselos tan en serio. Son un gran antecedente para entrar en sus novelas, “Hielo negro”,  “Gel azul”, “Ladrón de sueños” entre otras, donde deja de lado los juegos literarios que resultan ser sus cuentos (que son bastante buenos la mayoría) y entra de lleno en historias noir, o de ciencia ficción pura, siempre enmarcándolas en un contexto mexicano. 

Reseña de “El paraíso secreto” de Beatriz Escalante.


En casi todas las novelas de Beatriz Escalante, la mujer juega el rol más importante. Ese es el caso de “Júrame que te casaste virgen”, “Cómo ser mujer y no vivir en el infierno”, así como también la que me parece su mejor obra, “El paraíso secreto”. En ella, Beatriz cuenta la historia de Magdalena, una mujer que desde su infancia fue comprada por un árabe para ser su aprendiz; éste árabe es un maestro en el arte de la alquimia, y busca realizar el elixir que ha atormentado a todos los alquimistas desde el inicio de los tiempos: el elixir de la inmortalidad. Magdalena llega a sustituir al árabe en la búsqueda de los ingredientes y en la preparación de un elixir que parece imposible. Y es que el elixir de la inmortalidad no sólo depende de ingredientes, sino también de determinadas épocas del año y determinadas fases de la luna. En su búsqueda por comprender los pergaminos falsos que había dejado el árabe como legado después de su muerte, Magdalena se topa con una caravana manejada por Odilón, un ser que gusta de coleccionar seres que tienen deformidades, y exhibirlos a cambio de dinero.
   En aquella caravana se encuentran seres que van desde un hombre doble (un hombre con un solo torso pero dos piernas, dos manos y dos cabezas), una mujer sin esqueleto, un cíclope, un hombre sin labios, y varios enanos e idiotas. De todos ellos, el más importante de la trama es un enano que no es feliz como  los demás parecen serlo en aquella caravana; mientras todos los demás parecen haber encontrado su destino, el enano se siente impotente y se pregunta por qué no puede ser incluso más raro que todos los demás miembros de la caravana; ser más valioso. Magdalena cambia su destino al trazar con una navaja una nueva línea de la vida en su mano, y aquello surte efecto: el enano es elegido por un duque para ser su amuleto de sueños. Posteriormente, en el transcurso de la novela, el enano y Magdalena se vuelven a encontrar.
   “El paraíso secreto” es una novela cuyo eje temático es la mortalidad; la desesperada búsqueda de Magdalena por el elixir de la inmortalidad la lleva a ser considerada una secuaz del demonio según un padre; el enano, al revés que Magdalena, no busca una inmortalidad, sino una mortalidad honorable, digna;  ese es el dilema moral en el que desemboca el clímax de la novela. La persecución de una madre quien afirma que Magdalena la traicionó, los dilemas religiosos de un padre, o el sentimiento de culpa del médico del duque, son sólo otros de los aspectos que refuerzan el mensaje de la novela.
   Con un lenguaje fantástico, metafórico y preciso, Beatriz Escalante nos cuenta una historia entretenida que nunca divaga, donde todo es historia. Quizás su único defecto es su final acelerado, aquella sensación al final de que la historia termina de golpe, sin un final realmente conclusivo. Pero exceptuando eso, “El paraíso secreto” es una novela redonda. 

Reseña de “El caballero inexistente” de Ítalo Calvino.


En sus “Seis propuestas para el próximo milenio”, Ítalo Calvino propone seis nuevas direcciones por donde debería ir, según él, la literatura del futuro: la levedad, la rapidez, la exactitud, la visibilidad, la multiplicidad y la consistencia (ésta última que no explicó, debido a su muerte, antes de poder realizar la conferencia en la que se basó el libro). Todas ellas están presentes en su novela “El caballero inexistente”, que es parte de una trilogía de fantasía medieval que comprende “El barón rampante”, “El caballero inexistente” y “El vizconde demediado”. En todas ellas Calvino envuelve una problemática filosófica-existencial en historias ambientadas en tiempos de caballería, guerras y nobleza. Mientras que “El vizconde demediado” propone un personaje que vive partido a la mitad, y “El barón rampante” nos cuenta sobre otro personaje que sólo vive arriba de árboles, el protagonista de “El caballero inexistente” ya se deduce en el mismo título (igual que los otros). Agilulfo es el caballero de la armadura vacía, que realmente no existe, pero que puede existir sin cuerpo sólo gracias a la voluntad. Es parte del ejército de Carlomagno, en donde también se encuentra otros personajes, como el idealista Rambaldo, la  hermosa Bradamante, y Gurdulú, quien se lleva la novela, pues es la antítesis de Agilulfo: un ser que no sabe que existe.
   Todos estos personajes, (con la posterior adición de Turrismundo, el hijo de los caballeros del Santo Grial) conforman una historia donde se coloca en un contexto banal y burocrático a la guerra, donde nadie se cuestiona la no-existencia del caballero Agilulfo, y los caballeros que componen al ejército se preocupan más por la comida, el vino y las mujeres que por defender la cristiandad. A la vez, todos esos personajes, a excepción de Agilulfo, buscan un destino: Rambaldo busca el amor de Bradamante una vez que se encuentra vacío por haber vengado la muerte de su padre; Gurdulú, una vez designado escudero de Agilulfo, se preocupa por proteger a su amo; y Turrismundo, quien busca a su padre, que resulta ser todos los caballeros del Santo Grial.
   Otro rasgo distintivo del libro es la narradora: una monja encerrada en un convento, quien es la primera en admitir sus limitaciones para narrar las batallas, y que sus elucubraciones generalmente inauguran un nuevo capítulo; su identidad no se revela hasta al final de la novela, como una revelación.
   En apariencia “leve”, “El caballero inexistente” es una novela que dice más de lo que aparente: representa en cada uno de sus personajes ciertos dilemas morales y filosóficos de la posmodernidad: la voluntad de existir de Agilulfo, pero a pesar de ello, vive una vida autómata y robótica, encerrado en una armadura; Gurdulú, que debido a su ignorancia que él Es, se confunde a sí mismo como un árbol, o como una mariposa. O Rambaldo, que una vez satisfecho (o más bien insatisfecho) por haber vengado a su padre y haber llenado ese vacío, busca llenarlo de nuevo con el amor idealizado de Bradamante, y de paso se cuestiona la naturaleza y la verdad del amor. En pocas palabras, “El caballero inexistente” es una novela fantástica que trata temas muy reales, como una fábula para adultos. 

Reseña de “Historia de lo fijo y lo volátil” de Fernando de León.


Es triste cuando libros que cuentan historias breves pero poderosas no son tan célebres como debieran. Este es el caso de “Historia de lo fijo y lo volátil”, de Fernando de León, que retoma el mito del Judio Errante, aquel que fue maldecido a andar y vagabundear eternamente y sin descanso por todo el mundo; maldición hecha por Jesús a sólo unos pasos de ser crucificado. En este caso, Fernando de León agrega al tío del Judio Errante, y completa una historia que se desplaza en lugares como Praga, París y Tlaquepaque, Guadalajara.
   La novela (que es tan corta que es más bien un cuento largo), narra dos historias paralelas: la primera, narrada en segunda persona, es la historia de un sujeto (o más específico, tú, lector) encontrando una catedral gótica hecha de papel, que es la primera pista que lo acerca al inmortal Judío Errante; la segunda, es la historia del Judio Errante contada desde el inicio, mientras juega un antiquísimo juego con su tío, en el mismísimo monte de Gólgota. De ahí son condenados hasta que llegue el Juicio Final, en donde deciden retomar el mismo juego, esta vez sobre la tumba de Jean Paul Sartre. En el trayecto, se encuentran con personajes tan diversos como el Golem, el diablo o la mismísima Lilith, con quien el Judio Errante encuentra un consuelo; una mujer inmortal.
   “Historia de lo fijo y lo volátil” es una novela breve, y que quizás ahí radica su fuerza; no pierde el tiempo en divagaciones y a través de las historias con las que se topa el Judio Errante, es donde Fernando de León se permite reflexionar sobre si la mortalidad es tan bello como se suele soñar. Lo mejor de la novela es aquel hilarante pero significativo final, donde el Judio Errante llega a una cantina de Tlaquepaque y conoce a Lilith; ahí, hay dos frases que debido a su belleza, me parecen lo mejor de la obra: “Para los mortales, la madurez es una forma civilizada de enfrentar el desgaste y la vejez, una estrategia de muerte” y “Llenos de gracia, no éramos sino un cuerpo que luchaba por recuperar sus antiguas individualidades: cuando la unión se ha concretado verdaderamente: también la separación es un placer”. 

Reseña de “Niebla” de Miguel de Unamuno


La vida es una niebla. Con esta frase, tan sucinta y autoexplicativa, podríamos englobar el mensaje central de la novela “Niebla” de Miguel de Unamuno. Pero por si sola, la frase no nos dice mucho; es necesario agregarle un contexto, y ese contexto es la historia de la vida anodina de Augusto Pérez, su azarosa encuentro con Eugenia Domingo del Arco, su azarosa amistad con Víctor (personaje que también “escribió” el prólogo de la novela), y sus azarosas decisiones. Considero que todas las novelas son, por antonomasia, ambiciosas; “Niebla” desde la primera página, se siente tan ambiciosa que uno casi puede ver a Miguel de Unamuno sonriendo mientras escribía la novela, con las intenciones casi “maquiavélicas” de querer decirlo todo en una historia, en apariencia, tan insubstancial.
   En la cúspide de su carrera, Unamuno se siente capaz de superarse a sí mismo y lo logra. Crea la primera nivola, para designar a sus ficciones y predominar sus características: superioridad del contenido sobre la forma, importancia de las ideas encima de la misma trama. Unamuno no tiene necesidad de crear personajes fieles a la psicología, llenos de rasgos y deseos contradictorios; los hace hasta planos, arrebatados por un solo ideal; y a pesar de que esto podría ser contraproducente, en realidad no lo es. Las penas de Augusto Pérez y sus reflexiones filosóficas acerca del amor (“Amor definido deja de serlo”) y de la participación del azar en la vida contrastan con las insignificantes escenas en la trama pero robustecen la novela, que es sólo una triste historia de amor idealizado, de amor no correspondió; de amor, al fin y al cabo.
   Unamuno se ahorra las descripciones espacio-temporales; lo importante es la cabeza, los pensamientos que atormentan no sólo al protagonista, sino a todos los personajes; nos metemos también a las preocupaciones de Eugenia Domingo del Arco sobre sus dos amores, Mauricio y posteriormente Augusto. Todos los personajes tienen algo o que decir o qué no decir, y todos aportan ideas que hacen de “Niebla” casi una novela-ensayo, donde lo importante es no contar una historia, sino contar un mensaje.
   Quizás lo más destacado es aquel enfrentamiento entre el protagonista, Augusto Pérez, y el mismo Miguel de Unamuno, que interviene en la novela sólo porque el mismo Augusto lo va a buscar. Cabe decir que desde que inicia la novela, todos los personajes sospechan ser víctimas o simples muñecos manipulados, o ser simples inventos de ficción; desde el prólogo, donde un ficticio escritor novato presenta la novela, y que después lo vemos presentado como el mejor amigo de Augusto; y en diversas ocasiones, en sus pensamientos románticos, Augusto apela a la idea de la realidad versus la ficción: “¿Por qué ha de haber algo? ¿De dónde ha brotado Eugenia? ¿Es ella una creación mía o soy creación suya yo?” El clímax es aquella pelea verbal que sostienen Unamuno y Pérez, cuando éste viaja a Salamanca para enfrentar a su escritor, a su “dios”.
   A primera vista la pelea pareciera ganada de antemano por Unamuno, pero Augusto remata con un golpe final casi maestro: "– ¿Conque no, eh? ––Me dijo––, ¿conque no? No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme: ¿conque no lo quiere?, ¿conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió...! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo! Se morirán todos, todos, todos. Os lo digo yo, Augusto Pérez, ente ficticio como vosotros, nivolesco lo mismo que vosotros. Porque usted, mi creador, mi don Miguel, no es usted más que otro ente nivolesco, y entes nivolescos sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, que su víctima...". Unamuno enfurece y amenaza con matarlo, con la facilidad que es sólo escribirlo; en cambio, Augusto arremete diciendo que él es libre e independiente, y sólo morirá cuando él lo deseé.
   Finalmente, Augusto le pide a su sirvienta comida para una familia entera, y se la traga toda; así muere, en este acto, que no se sabe ya si es suicida, si de verdad fue Augusto Pérez quien se salió con la suya, o fue el autor.
   La nivola finaliza con unas reflexiones últimas del perro fiel de Augusto, Orfeo, quien se apiada de su amo, y por ende, de todos, “meras obras de ficción”. Es  en este mismo momento cuando el lector se pregunta las mismas preguntas que se planteó Augusto en la comodidad de su vida aristocrática y cuasi romántica;  la lucha de un personaje que se enfrenta a un determinismo divino, a su destino; y dado que la obra no está escrita en primera persona, pero sí desde el interior de la mente de Augusto, en cierto momento la obra pareciera que está escribiendo nuestras propias dudas, nuestras mismas preguntas sobre la veracidad de la existencia. En definitiva, “Niebla” de Miguel de Unamuno es probablemente la obra cumbre del autor, y una de las más definitivas acerca de la corriente filosófica del existencialismo. 

Reseña de “Manual de Creación Literaria” de Oscar de la Borbolla.


Como aspirante a escritor, me he preocupado por leer libros de diversos autores acerca del arte de escribir. Todos y cada uno de ellos son tan distintos entre sí, que uno termina concluyendo que la literatura no es del todo comprensible, que es caprichosa; que cada quien la ve desde su propia perspectiva, desde su propia trinchera, y donde unos ven la inspiración como un don elegido para pocos, otros la ven con frialdad o hasta la niegan.
   Recuerdo algunos: un manualito, muy técnico y muy mal hecho de Paula Arenas, “Curso de escritura creativa”; o  “Sujetos distantes: Discurso del método científico” de Guillermina Baena Paz. También recuerdo las acotaciones de Chejov y Quiroga sobre los cuentos, y los consejos de Cortázar: “Si la novela gana por puntos, el cuento debe hacerlo con un knock-out”. Todos los consejos de estos escritores, aunque a veces contradictorios, resultan muy útiles. Sin embargo, han sido dos libros los que más me han ayudado, los que más me han esclarecido el camino: uno es “Mientras escribo” de Stephen King, y el otro, es el “Manual de creación literaria” de Oscar de la Borbolla.
   Cualquiera podría pensar que estos dos autores, tan pero tan distintos entre sí, discreparían sobre temas cruciales de la literatura: la verosimilitud, el ritmo de la narración, el vocabulario… Lo sorpresivo es que no: que concuerdan bastante, que llegan a las mismas conclusiones sin decir lo mismo, lo cual es un alivio.
   Obviaré el hecho de que Oscar de la Borbolla es un escritor de cuentos “poco ortodoxos”, de ucronías divertidísimas y de novelas filosóficas e irónicas, y que Stephen King escribe novelas de terror y otros best-sellers que han tenido adaptaciones al cine; ambos aman leer y escribir con la misma demencia, y contagian ese amor al lector, lo que es precisamente el mayor logro de ambos libros.
   Los compararé para que se entienda mejor lo que quiero decir. Stephen King comienza diciendo que “si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho”. De la Borbolla da por hecho que el aspirante a escritor conoce esta regla, y comienza contrastando dos posturas sobre el talento literario y la inspiración: que si desciende de los dioses (lo que hace pensar que los primeros hombres de las civilizaciones madre tenían baja autoestima), o que es sólo un cálculo intelectual, tal y como Poe lo expone en su “Filosofía de la composición”. Acerca de esto, King dice que la inspiración viene mientras se escribe, y que genios como Shakespeare, Faulkner, Yeats y Shaw eran “accidentes divinos, personajes con un don que no podemos entender y mucho menos alcanzar”. Quizás esos genios literarios comprendían a la perfección el concepto que Borbolla bautiza: “historia subterránea”, que en las palabras sucintas de Ricardo Piglia sería que “todo cuento cuenta dos historias”, y que sólo con la historia subterránea se puede formar la intriga. King jamás usa el término pero si nos explica algo similar: para él, todas las historias son fósiles que poco a poco se desentierran y que nunca por ningún motivo hay que darlo todo servido al lector.
   Sobre los personajes, De la Borbolla dice: “Conviene recordar que con los buenos personajes ocurre lo mismo que con las personas interesantes: por más que sepamos de ellos no nos da la impresión de que lo sepamos todo”. King llega a la misma conclusión pero de distinta forma: “Sólo hay dos secretos: prestar atención a lo que hace la gente que te rodea y contar la verdad de lo que has visto”. Aquí, en la construcción de personajes, entra en juego la verosimilitud: ambos están de acuerdo en que en este aspecto es piedra angular en la literatura. De la Borbolla nos da el ejemplo de un cuento de Marcel Aymé que narra la historia de un hombre común y corriente que es capaz de atravesar las paredes. King no necesita dar muchos ejemplos, ya que sus novelas lo evidencian: “Carrie”, la novela de una chica que sufre bullying en el high school, y que es víctima de una madre extremadamente religiosa, podría pasar como una historia que sucedería en la vida real, sino fuera porque la protagonista posee la cualidad de la telequinesia. Ambos nos dicen lo mismo (se logra la verosimilitud al establecer una proporción entre el elemento fantástico y los elementos convencionales) pero De la Borbolla nos ofrece una visión más: la verosimilitud también se logra al acumular acciones fantásticas a gran velocidad que no le dan oportunidad al lector de preguntarse: “¿Por qué?” (El mejor ejemplo aquí es “Cien años de soledad”).
   También tienen sus diferencias. King se toma su tiempo en dar consejos sobre las herramientas de escribir; las palabras: recomienda jamás usar la voz pasiva, evitar los adverbios, las dificultades de las atribuciones de diálogo (lo mejor es siempre el “dijo”) y la estructura de párrafos. De la Borbolla se salta esto porque su perspectiva es otra: él analiza el entramado de las historias y cómo se arman. Nos explica los distintos planos de realidad (los tipos de narradores), la anisocronía (la composición del tiempo de la historia y lo que ocupa el lector en leerla), la visibilidad y la economía expresiva. Estas dos últimas también las expone King: a la visibilidad le llama ojo mental, y sobre la economía expresiva, King dice: “Recuerda que la primera regla del vocabulario es usar la primera palabra que se te haya ocurrido, siempre y cuando dé vida a la frase”.
   Al acabar de leer ambas obras, inevitablemente las complementé. De la Borbolla dedica capítulos enteros a conceptos como la ambigüedad y el humor, que King ni siquiera menciona (quizás por su misma naturaleza literaria). No quiero entrar en la polémica sobre si Stephen King realmente escribe literatura o no; por mi parte, disfruté leyendo “Misery” tanto como disfruté leyendo “Las vocales malditas”, así que quizás se trate de “calidades distintas” (si es que existe tal idea). Lo importante es recalcar que, bajo distintas visiones, ambos revelan las técnicas y mañas de su trabajo. Quizás el “Mientras escribo” le sirva más a quienes aspiren a escribir best-sellers con tramas vertiginosas y absorbentes, y quizás el “Manual de creación literaria” para el que quiera crear literatura transgresora y que juega consigo misma. Lo esperanzador es que ambos, siendo tan distintos, lleguen a los mismos lugares: ambos admiran a Lovecraft, ambos se divierten como niños escribiendo, y, como nota aparte, ambos a la hora de narrar escenas de sexo, son muy explícitos… Pero ya sería tema de otra reseña.