No me gusta ser de los que se empeñan
en dividir al universo en binomios morales, como bueno/malo u caliente/frío,
pero siempre he sospechado que la literatura debe abordarse desde dos
ángulos: la de los libros ligeros que sólo buscan
entretenernos, o los libros pesados –tanto física como
espiritualmente- que nos exigen tiempo, disciplina y entereza de espíritu para
acabarlos. Hay también, como en cada binomio respetable, una tercera categoría
que mezcla las dos anteriores: los libros hermafroditas (o intersexuales, para
los políticamente correctos) que nos suben y bajan en la escala de las
emociones como si estuviésemos sentados en el tren de una montaña rusa;
pero, cuando el tren frena, cuando doblamos la última página, nos percatamos de
que ahora nos embarga una nausea existencial, un vértigo que nace
desde el espíritu, muy diferente al vértigo corporal que nos provocan las
verdaderas montañas rusas. Los libros de esta categoría son mis favoritos, y El
color prohibido de Yukio Mishima es uno de ellos.
No es
un libro perfecto. Su autor, Mishima, tampoco es un artista perfecto; es
más parecido a un sociópata a quien se le ocurrió la irreverente idea de tomar
una pluma y ponerse a escribir. Suerte para él que sus libros resultaron ser de
una belleza inequívoca. El primero de ellos, Confesiones de una máscara¸
se lee mejor si primero uno se entera de que el autor sólo tenía 18 años cuando
la escribió. Es un retrato casi costumbrista de un joven japonés que descubre
su atracción por los hombres en un país donde la homosexualidad está peor vista
que los asesinatos. “Es una autobiografía”, dijo Mishima. Nadie se alarmó;
quizás creyeron que sólo se trataba de una irreverencia suya. El libro fue un
best-seller.
Mishima tenía veinticinco años cuando escribió El color prohibido, durante
la época más fructífera de su carrera. El color prohibido no
fue un best-seller. Al menos no en Japón. Me da la impresión de que allá
les da vergüenza que uno de sus mejores autores del siglo XX –a lado de
Kawabata y Oé… a Murakami ni me lo mencionen- sea homosexual. Prefieren ver de
reojo esa parte de su obra y quedarse con lo más solemne y auténticamente
tradicional. Ese estigma persiste en nuestros días; lo curioso es que, en
occidente, las obras más famosas de Mishima sean las de temática homosexual.
No estamos hablando de un autor para las masas. ¿Se imaginan a Julio Cortázar
mostrando sus pectorales en una sesión de fotos? ¿O a William Faulkner posando
como el San Sebastián, atado a un árbol y con flechas en el torso? Sólo Mishima
podía hacer tales cosas sin que su prestigio literario se comprometiera. Se
convirtió en un fisiculturista obsesionado por la belleza del cuerpo, aprendió
a pilotar aviones de caza y contrató a varios hombres y los entrenó para
convertirlos en su ejército privado. Un hombre que decidió quitarse la vida a través
del seppuku (perforar las tripas con una espada) después de
haber secuestrado al comandante de un cuartel militar. No extraña, así las
cosas, que cuando su madre se enteró de su suicidio, dijo: “No me entristece.
Fue el momento más feliz de su vida”.
La premisa de El color prohibido es tan rica en posibilidades
que la historia se cuenta sola: Shunsuké, un viejo escritor resentido con las
mujeres, se hace amigo de un joven homosexual llamado Yuichi, quien es quizás
el chico más guapo de todo el Japón y está comprometido con una mujer a la que
no ama. El escritor elabora un plan para zanjar la situación de ambos: le dará
dinero suficiente a Yuichi para que pueda vivir a sus anchas una doble vida
homosexual, a cambio de que lastime sentimentalmente a las mujeres que en su
momento hicieron sufrir al escritor.
Alguna vez
le preguntaron a Mishima cuál era su escritor favorito contemporáneo, a lo cual
él respondió que Thomas Mann. Es obvio que Mishima leyó Muerte en
Venecia, y seguro, tras terminarla, se preguntó: ¿qué hubiera pasado
si Aschenbach se hubiera hecho amigo de Tadzio? Mientras que la novela de Mann
es contemplativa, la de Mishima es un thriller espiritual: hay
muchos giros inesperados, cliffhangers al final de cada capítulo y varias
escenas dignas de película de suspenso, a lado de discursos y deliberaciones
sobre la naturaleza del deseo y de la belleza que Mishima coloca en bocas de
los personajes. Lo curioso es que aquellas divagaciones son tan absorbentes y
placenteras de leer como las escenas de suspenso.
El “color prohibido” es el eufemismo con el que los japoneses se referían al
erotismo gay; es casi como si titulara “Homosexualidad” a la novela. Con
semejante título, ¿Mishima hace un retrato fidedigno de la sociedad gay
japonesa? Se parece tanto al actual movimiento del ambiente gay en México que
me da escalofríos. El lugar protagónico de la obra es el club Rudon, un bar por
y para homosexuales tan bien descrito y tan actual que bien podría caber en
Zona Rosa. Aquí aparecen los lugares comunes de la mitología gay: el jovencito
cobijado por su maduro mecenas, el cruising, los sitios clandestinos para
encuentros sexuales, el casado con una doble vida, el poderoso empresario que
cede ante los encantos de un joven Adonis, el miedo a la vejez, ¡en fin!, todas
las “reglas del juego homosexual” que hasta el día de hoy muchos siguen
creyendo que aún son vigentes y deben respetarse. Pero no sólo ahí radica la
universalidad de la novela; también está retratado el Japón de la posguerra, la
sociedad oriental que poco a poco ve transformada su fisonomía para convertirse
cada vez más en occidental. Como representantes de la sociedad japonesa están
los demás personajes: Yasuko, la prometida y posterior esposa de Yuichi, que
está ilusionada por empezar el recorrido de la típica vida cotidiana de la
madre japonesa; el matrimonio Kaburagi, un par de aristócratas de buenos
modales; Kyoko, una mujer madura enamoradiza; Kawada, el hombre de negocios que
renunció a sus aspiraciones literarias; todos estos personajes sucumben de
alguna forma ante la intriga y la desgracia que la vida secreta de Yuichi
desencadena, y, sin embargo, todos y cada uno de ellos también llevan una doble
vida y se aferran a ella de la misma forma que Yuichi lo hace.
Yuichi no es un Dorian Gray, como veo que muchos otros lectores de la novela
afirman. Yuichi jamás llega a los grados de perversión de Dorian; además, los
personajes de Wilde siguen moviéndose en el rango moral de lo bueno/malo,
mientras que los personajes de El color prohibido son más…
coloridos –ba dum tss-, en el sentido de que no sólo toman en cuenta a la moral
para su toma de decisiones. Son personajes que sufren sin duda la crisis del
siglo XX: el tedio de la vida cotidiana y el triunfo de la pasión por encima
del intelecto. Tienen una especie de “síndrome Madame Bovary” que les impide
acercarse a su auténtica realidad.
Tenemos, por ejemplo, al enfrentamiento de dos personajes opuestos: Shunsuké y
Yuichi. Uno es un hombre que sólo puede aspirar a la belleza a través del
pensamiento, y el otro es un hombre que sólo puede aspirar a la belleza a
través de su cuerpo. Podrían haber sido enemigos en una realidad paralela, pero
decidieron unirse contra un enemigo común: las mujeres. Como podemos ver, estos
personajes tienen su propia moral; estaríamos leyendo mal la novela –y en
general, a toda la literatura- si creemos que Mishima nos está aleccionando.
Ambos hombres son deleznables, pero seguimos leyendo acerca de ellos porque
queremos saber qué es lo que ocurre a las personas que sostienen aquel tipo de
moral. Ninguno de los dos está en contacto con su propia realidad; Shunsuké es
un idealista, la realidad le parece analizable como una obra de arte, y su
manera de manipular a Yuichi es su manera de enfrentarla. La “tragedia de
enredos” –por decirlo de una forma- que realiza a través de Yuichi es resultado
de creer que puede moldear a la realidad como el argumento de una novela.
Shunsuké de alguna manera ya está “muerto”; sólo vive a través de Yuichi. Éste
último, que se supone debe ser el personaje más vivo de la novela por sus
constantes aventuras amorosas, en realidad es incapaz de sentir y, por ende,
está tan muerto como su “creador”.
El
color prohibido es el bildungsroman de un homme
fatale. Asistimos al nacimiento, el auge y la decadencia de un complejo
Narciso. Yuichi es la representación de la belleza misma. Shunsuké, como el
artista que es, trata de controlar y aprisionar esta belleza, pero pronto
comprenderá que es una tarea destinada al fracaso. Los demás personajes no son
artistas, entonces sólo reaccionan ante la belleza de la única manera que
conocen: deseándola. Trataré más a fondo esto en mi “Terreno minado de
spoilers”.
La prosa de Mishima derrocha poesía por todos sus costados. Hay una frase que
me golpeó de una manera inexplicable, la cual dice:
“[…] el recogimiento religioso
que comporta la espera de un milagro puede saborearse de una manera más pura y
directa entre el humo de tabaco de un club de homosexuales que en una iglesia”.
No estoy seguro de qué significa –quizás sí sea palabrería retórica, como otros
critican-, pero creo que Mishima sólo quiere determinar la seriedad del tema
que trata: en un club de homosexuales puede encontrarse tanta vida como dentro
de una iglesia. Reconozco que la novela pudo haber sido más corta y que Mishima
se pasa de divagador en algunos pasajes, pero eso, al menos en mi caso
particular, no me molestó en lo absoluto. Las divagaciones de Mishima son
siempre deliciosas de leer.
Quizás si hubiese leído esta novela durante mi adolescencia se hubiese
convertido en mi libro de cabecera. Qué bueno que no fue así. Es un libro
peligroso en las manos equivocadas. Me he topado con gente que de verdad cree
que este libro es misógino, misántropo, promueve el vicio y la hipocresía. No
creo que sea así. Estoy casi seguro que Mishima se basó en su propia
experiencia para elaborar este libro, pero estoy convencido de que no quería
hacernos creer que su moral –o más bien, su amoralidad- era la norma correcta
de vivir. Más bien creo que quería pintarnos la estampa cotidiana del ambiente
gay, del Tokyo de posguerra, y, sobre todo, de todos aquellos que viven una
vida secreta. Algo que Mishima seguro conocía muy bien. Es más; estoy
convencido que el hecho de que el libro sea ajeno a toda moralidad lo hace más
enriquecedor.
TERRENO MINADO DE SPOILERS
¡Cuidado! Estás a punto de leer
detalles reveladores del argumento y del final de El color prohibido de
Yukio Mishima. Si no has leído la novela, te recomiendo encarecidamente que
omitas esta parte. Si ya la leíste, bienvenido, agarra una silla J
Como dije en la reseña, Yuichi no es el único que lleva una doble vida.
En realidad, todos los personajes –excepto la mamá de Yuichi-, la tienen. El
matrimonio Kaburagi es el ejemplo más claro. En el desarrollo de la novela,
Yuichi se convierte en el amante de Nobutaka, mientras que la señora Kaburagi
vive enamorada de él. Cuando descubren la vida secreta del otro, ocurre un
comprensible desmoronamiento; pero, después, pareciera que ambos han encontrado
su paz interior y han logrado sobrellevar su matrimonio bajo sus propios
términos. La destrucción de la vida secreta provocó que se acercaran más, que
incluso apareciera un equilibrio entre ambos. Su matrimonio se convirtió en una
fachada; la señora Kaburagi logra salir del aprieto de manera incluso más
airosa que el mismo Yuicho. Alcanza una independencia financiera y sentimental
que la revitaliza.
El personaje al que parece que le va peor es a Yasuko. ¡Qué personaje más
trágico! Su vida interior es tan compleja como la de los otros. Cuando se
“entera” –aunque ella ya sabía desde el principio- sobre la doble vida de
Yuichi, casi podría uno pensar que no le afecta en lo absoluto. Yasuko es una
mujer que ha aprendido a vivir sin una pizca de sentimiento, lo cual es
paradójico porque es exactamente lo contrario que quiere su esposo. Uno podría
pensar que es la típica mujer abnegada que se consuela con el amor de su recién
nacida hija. Sin embargo, Yasuko no es una mujer desdichada; en realidad
parece estar feliz porque ella sí abraza a la realidad con todos sus colores.
¿Yuichi salió vencedor después de todo? Parece que sí. Recibió la fortuna de
los bienes de Shunsuké y se quedó con el millón de yenes que Kawada le dio sin
chistar. Siente –o cree sentir- un verdadero amor hacia Yasuko e incluso
empieza a sentir verdadero amor por las mujeres, pero está implícitamente dicho
que no abandonará su estilo de vida homosexual. Su acto redentor es cuando
devuelve el dinero que Minoru le había robado a su tío. En ese momento su
belleza es más que puramente carnal; es una belleza espiritual. Es irónico que
hasta el tío de Minoru se enamore en ese instante de él, como si, en realidad,
Yuichi fuese más bien una especie de Medusa que enamora a todo quien lo vea.
Justo cuando Yuichi creía que sus dos vidas habían colisionado, la señora
Kaburagi viene para salvarlo. El incidente sólo afecta a la familia durante
unos días, pero después es olvidado a propósito porque siempre es más cómodo
que las vidas interiores de uno permanezcan en su lugar: ocultas, lejos de las
miradas de otros.
Mishima aparece desdoblado en la novela; por un lado él es Shunsuké, el
escritor que desprecia al romanticismo pero que no puede evitar caer en él; y
por el otro él es Yuichi, o por lo menos deseaba ser Yuichi, la efigie de la
belleza. El juego final de ajedrez es el enfrentamiento metafórico del
intelecto contra la belleza, del artista contra su propia obra. Es evidente que
Shunsuké debía perder; como todo mundo sabe, los artistas mueren pero sus obras
de arte son inmortales. Su posterior suicidio, ¿es acaso una premonición del
propio suicidio posterior de Mishima? Es un suicidio menos teatral, eso sí.
Shunsuké acaba con su vida por varias razones: para completar definitivamente
una muerte que ya estaba empezada desde hace tiempo; para, al fin, unir al
espíritu con el cuerpo como él tanto dice; y, sobre todo –a mi parecer, claro-,
porque su obra estaba terminada. Su última obra era un ensayo biográfico donde
examina su literatura, pero el público no conocerá a su obra maestra: Yuichi.
No por nada Mishima cita aquella famosa frase de Wilde: “[…] Es en mi vida
donde puse mi genio”. O algo así. ¿Serán acaso las mismas razones por las
cuales Mishima se quitó la vida? Son inútiles las comparaciones. Mishima quiso
que al final la Belleza resultase triunfadora por encima de todo, quizás como
él mismo lo deseó en su vida.