domingo, 21 de junio de 2015

Reseña: "El color prohibido" de Yukio Mishima.

No me gusta ser de los que se empeñan en dividir al universo en binomios morales, como bueno/malo u caliente/frío,  pero siempre he sospechado que la literatura debe abordarse desde dos ángulos: la de los libros ligeros que sólo buscan entretenernos, o los libros pesados –tanto física como espiritualmente- que nos exigen tiempo, disciplina y entereza de espíritu para acabarlos. Hay también, como en cada binomio respetable, una tercera categoría que mezcla las dos anteriores: los libros hermafroditas (o intersexuales, para los políticamente correctos) que nos suben y bajan en la escala de las emociones como si estuviésemos sentados en el tren de una montaña rusa; pero, cuando el tren frena, cuando doblamos la última página, nos percatamos de que ahora nos embarga una nausea existencial, un vértigo que nace desde el espíritu, muy diferente al vértigo corporal que nos provocan las verdaderas montañas rusas. Los libros de esta categoría son mis favoritos, y El color prohibido de Yukio Mishima es uno de ellos.   
         No es un libro perfecto. Su autor, Mishima, tampoco es un artista perfecto; es más parecido a un sociópata a quien se le ocurrió la irreverente idea de tomar una pluma y ponerse a escribir. Suerte para él que sus libros resultaron ser de una belleza inequívoca. El primero de ellos, Confesiones de una máscara¸ se lee mejor si primero uno se entera de que el autor sólo tenía 18 años cuando la escribió. Es un retrato casi costumbrista de un joven japonés que descubre su atracción por los hombres en un país donde la homosexualidad está peor vista que los asesinatos. “Es una autobiografía”, dijo Mishima. Nadie se alarmó; quizás creyeron que sólo se trataba de una irreverencia suya. El libro fue un best-seller.



Si me lo daba.

         Mishima tenía veinticinco años cuando escribió El color prohibido, durante la época más fructífera de su carrera.  El color prohibido no fue un best-seller.  Al menos no en Japón. Me da la impresión de que allá les da vergüenza que uno de sus mejores autores del siglo XX –a lado de Kawabata y Oé… a Murakami ni me lo mencionen- sea homosexual. Prefieren ver de reojo esa parte de su obra y quedarse con lo más solemne y auténticamente tradicional. Ese estigma persiste en nuestros días; lo curioso es que, en occidente, las obras más famosas de Mishima sean las de temática homosexual.
         No estamos hablando de un autor para las masas. ¿Se imaginan a Julio Cortázar mostrando sus pectorales en una sesión de fotos? ¿O a William Faulkner posando como el San Sebastián, atado a un árbol y con flechas en el torso? Sólo Mishima podía hacer tales cosas sin que su prestigio literario se comprometiera. Se convirtió en un fisiculturista obsesionado por la belleza del cuerpo, aprendió a pilotar aviones de caza y contrató a varios hombres y los entrenó para convertirlos en su ejército privado. Un hombre que decidió quitarse la vida a través del seppuku (perforar las tripas con una espada) después de haber secuestrado al comandante de un cuartel militar. No extraña, así las cosas, que cuando su madre se enteró de su suicidio, dijo: “No me entristece. Fue el momento más feliz de su vida”.




Sí me dejaba dar


         La premisa de El color prohibido es tan rica en posibilidades que la historia se cuenta sola: Shunsuké, un viejo escritor resentido con las mujeres, se hace amigo de un joven homosexual llamado Yuichi, quien es quizás el chico más guapo de todo el Japón y está comprometido con una mujer a la que no ama. El escritor elabora un plan para zanjar la situación de ambos: le dará dinero suficiente a Yuichi para que pueda vivir a sus anchas una doble vida homosexual, a cambio de que lastime sentimentalmente a las mujeres que en su momento hicieron sufrir al escritor.
       Alguna vez le preguntaron a Mishima cuál era su escritor favorito contemporáneo, a lo cual él respondió que Thomas Mann. Es obvio que Mishima leyó Muerte en Venecia, y seguro, tras terminarla, se preguntó: ¿qué hubiera pasado si Aschenbach se hubiera hecho amigo de Tadzio? Mientras que la novela de Mann es contemplativa, la de Mishima es un thriller espiritual: hay muchos giros inesperados, cliffhangers al final de cada capítulo y varias escenas dignas de película de suspenso, a lado de discursos y deliberaciones sobre la naturaleza del deseo y de la belleza que Mishima coloca en bocas de los personajes. Lo curioso es que aquellas divagaciones son tan absorbentes y placenteras de leer como las escenas de suspenso.
         El “color prohibido” es el eufemismo con el que los japoneses se referían al erotismo gay; es casi como si titulara “Homosexualidad” a la novela. Con semejante título, ¿Mishima hace un retrato fidedigno de la sociedad gay japonesa? Se parece tanto al actual movimiento del ambiente gay en México que me da escalofríos. El lugar protagónico de la obra es el club Rudon, un bar por y para homosexuales tan bien descrito y tan actual que bien podría caber en Zona Rosa. Aquí aparecen los lugares comunes de la mitología gay: el jovencito cobijado por su maduro mecenas, el cruising, los sitios clandestinos para encuentros sexuales, el casado con una doble vida, el poderoso empresario que cede ante los encantos de un joven Adonis, el miedo a la vejez, ¡en fin!, todas las “reglas del juego homosexual” que hasta el día de hoy muchos siguen creyendo que aún son vigentes y deben respetarse. Pero no sólo ahí radica la universalidad de la novela; también está retratado el Japón de la posguerra, la sociedad oriental que poco a poco ve transformada su fisonomía para convertirse cada vez más en occidental. Como representantes de la sociedad japonesa están los demás personajes: Yasuko, la prometida y posterior esposa de Yuichi, que está ilusionada por empezar el recorrido de la típica vida cotidiana de la madre japonesa; el matrimonio Kaburagi, un par de aristócratas de buenos modales; Kyoko, una mujer madura enamoradiza; Kawada, el hombre de negocios que renunció a sus aspiraciones literarias; todos estos personajes sucumben de alguna forma ante la intriga y la desgracia que la vida secreta de Yuichi desencadena, y, sin embargo, todos y cada uno de ellos también llevan una doble vida y se aferran a ella de la misma forma que Yuichi lo hace.
         Yuichi no es un Dorian Gray, como veo que muchos otros lectores de la novela afirman. Yuichi jamás llega a los grados de perversión de Dorian; además, los personajes de Wilde siguen moviéndose en el  rango moral de lo bueno/malo, mientras que los personajes de El color prohibido son más… coloridos –ba dum tss-, en el sentido de que no sólo toman en cuenta a la moral para su toma de decisiones. Son personajes que sufren sin duda la crisis del siglo XX: el tedio de la vida cotidiana y el triunfo de la pasión por encima del intelecto. Tienen una especie de “síndrome Madame Bovary” que les impide acercarse a su auténtica realidad.
         Tenemos, por ejemplo, al enfrentamiento de dos personajes opuestos: Shunsuké y Yuichi. Uno es un hombre que sólo puede aspirar a la belleza a través del pensamiento, y el otro es un hombre que sólo puede aspirar a la belleza a través de su cuerpo. Podrían haber sido enemigos en una realidad paralela, pero decidieron unirse contra un enemigo común: las mujeres. Como podemos ver, estos personajes tienen su propia moral; estaríamos leyendo mal la novela –y en general, a toda la literatura- si creemos que Mishima nos está aleccionando. Ambos hombres son deleznables, pero seguimos leyendo acerca de ellos porque queremos saber qué es lo que ocurre a las personas que sostienen aquel tipo de moral. Ninguno de los dos está en contacto con su propia realidad; Shunsuké es un idealista, la realidad le parece analizable como una obra de arte, y su manera de manipular a Yuichi es su manera de enfrentarla. La “tragedia de enredos” –por decirlo de una forma- que realiza a través de Yuichi es resultado de creer que puede moldear a la realidad como el argumento de una novela. Shunsuké de alguna manera ya está “muerto”; sólo vive a través de Yuichi. Éste último, que se supone debe ser el personaje más vivo de la novela por sus constantes aventuras amorosas, en realidad es incapaz de sentir y, por ende, está tan muerto como su “creador”.   
         El color prohibido es el bildungsroman de un homme fatale. Asistimos al nacimiento, el auge y la decadencia de un complejo Narciso. Yuichi es la representación de la belleza misma. Shunsuké, como el artista que es, trata de controlar y aprisionar esta belleza, pero pronto comprenderá que es una tarea destinada al fracaso. Los demás personajes no son artistas, entonces sólo reaccionan ante la belleza de la única manera que conocen: deseándola. Trataré más a fondo esto en mi “Terreno minado de spoilers”.  
         La prosa de Mishima derrocha poesía por todos sus costados. Hay una frase que me golpeó de una manera inexplicable, la cual dice:
 “[…] el recogimiento religioso que comporta la espera de un milagro puede saborearse de una manera más pura y directa entre el humo de tabaco de un club de homosexuales que en una iglesia”. No estoy seguro de qué significa –quizás sí sea palabrería retórica, como otros critican-, pero creo que Mishima sólo quiere determinar la seriedad del tema que trata: en un club de homosexuales puede encontrarse tanta vida como dentro de una iglesia. Reconozco que la novela pudo haber sido más corta y que Mishima se pasa de divagador en algunos pasajes, pero eso, al menos en mi caso particular, no me molestó en lo absoluto. Las divagaciones de Mishima son siempre deliciosas de leer.
         Quizás si hubiese leído esta novela durante mi adolescencia se hubiese convertido en mi libro de cabecera. Qué bueno que no fue así. Es un libro peligroso en las manos equivocadas. Me he topado con gente que de verdad cree que este libro es misógino, misántropo, promueve el vicio y la hipocresía. No creo que sea así. Estoy casi seguro que Mishima se basó en su propia experiencia para elaborar este libro, pero estoy convencido de que no quería hacernos creer que su moral –o más bien, su amoralidad- era la norma correcta de vivir. Más bien creo que quería pintarnos la estampa cotidiana del ambiente gay, del Tokyo de posguerra, y, sobre todo, de todos aquellos que viven una vida secreta. Algo que Mishima seguro conocía muy bien. Es más; estoy convencido que el hecho de que el libro sea ajeno a toda moralidad lo hace más enriquecedor.



La edición donde la leí. El libro mismo tiene un significado muy especial para mí, :)




TERRENO MINADO DE SPOILERS

¡Cuidado! Estás a punto de leer detalles reveladores del argumento y del final de El color prohibido de Yukio Mishima. Si no has leído la novela, te recomiendo encarecidamente que omitas esta parte. Si ya la leíste, bienvenido, agarra una silla J
          Como dije en la reseña, Yuichi no es el único que lleva una doble vida. En realidad, todos los personajes –excepto la mamá de Yuichi-, la tienen. El matrimonio Kaburagi es el ejemplo más claro. En el desarrollo de la novela, Yuichi se convierte en el amante de Nobutaka, mientras que la señora Kaburagi vive enamorada de él. Cuando descubren la vida secreta del otro, ocurre un comprensible desmoronamiento; pero, después, pareciera que ambos han encontrado su paz interior y han logrado sobrellevar su matrimonio bajo sus propios términos. La destrucción de la vida secreta provocó que se acercaran más, que incluso apareciera un equilibrio entre ambos. Su matrimonio se convirtió en una fachada; la señora Kaburagi logra salir del aprieto de manera incluso más airosa que el mismo Yuicho. Alcanza una independencia financiera y sentimental que la revitaliza. 
         El personaje al que parece que le va peor es a Yasuko. ¡Qué personaje más trágico! Su vida interior es tan compleja como la de los otros. Cuando se “entera” –aunque ella ya sabía desde el principio- sobre la doble vida de Yuichi, casi podría uno pensar que no le afecta en lo absoluto. Yasuko es una mujer que ha aprendido a vivir sin una pizca de sentimiento, lo cual es paradójico porque es exactamente lo contrario que quiere su esposo. Uno podría pensar que es la típica mujer abnegada que se consuela con el amor de su recién nacida hija.  Sin embargo, Yasuko no es una mujer desdichada; en realidad parece estar feliz porque ella sí abraza a la realidad con todos sus colores.
         ¿Yuichi salió vencedor después de todo? Parece que sí. Recibió la fortuna de los bienes de Shunsuké y se quedó con el millón de yenes que Kawada le dio sin chistar. Siente –o cree sentir- un verdadero amor hacia Yasuko e incluso empieza a sentir verdadero amor por las mujeres, pero está implícitamente dicho que no abandonará su estilo de vida homosexual. Su acto redentor es cuando devuelve el dinero que Minoru le había robado a su tío. En ese momento su belleza es más que puramente carnal; es una belleza espiritual. Es irónico que hasta el tío de Minoru se enamore en ese instante de él, como si, en realidad, Yuichi fuese más bien una especie de Medusa que enamora a todo quien lo vea.
         Justo cuando Yuichi creía que sus dos vidas habían colisionado, la señora Kaburagi viene para salvarlo. El incidente sólo afecta a la familia durante unos días, pero después es olvidado a propósito porque siempre es más cómodo que las vidas interiores de uno permanezcan en su lugar: ocultas, lejos de las miradas de otros.
         Mishima aparece desdoblado en la novela; por un lado él es Shunsuké, el escritor que desprecia al romanticismo pero que no puede evitar caer en él; y por el otro él es Yuichi, o por lo menos deseaba ser Yuichi, la efigie de la belleza. El juego final de ajedrez es el enfrentamiento metafórico del intelecto contra la belleza, del artista contra su propia obra. Es evidente que Shunsuké debía perder; como todo mundo sabe, los artistas mueren pero sus obras de arte son inmortales. Su posterior suicidio, ¿es acaso una premonición del propio suicidio posterior de Mishima? Es un suicidio menos teatral, eso sí. Shunsuké acaba con su vida por varias razones: para completar definitivamente una muerte que ya estaba empezada desde hace tiempo; para, al fin, unir al espíritu con el cuerpo como él tanto dice; y, sobre todo –a mi parecer, claro-, porque su obra estaba terminada. Su última obra era un ensayo biográfico donde examina su literatura, pero el público no conocerá a su obra maestra: Yuichi. No por nada Mishima cita aquella famosa frase de Wilde: “[…] Es en mi vida donde puse mi genio”. O algo así. ¿Serán acaso las mismas razones por las cuales Mishima se quitó la vida? Son inútiles las comparaciones. Mishima quiso que al final la Belleza resultase triunfadora por encima de todo, quizás como él mismo lo deseó en su vida.