El ensayo es
probablemente el género literario que más dificultades conlleva a la hora de
definirlo. Es un género “impuro, impropio, mixto, marginal, ambiguo, inestable,
impreciso, fuera de lugar”[1].
Pero si lo analizamos como un género literario más, encontraremos características
en común, comparando ensayos, desde los primeros que realizó Montaigne (quien
los bautizó) hasta los ensayos contemporáneos, de autores mayoritariamente de tendencia
filosófica o psicológica: Lukács, Heidegger, Piaget. ¿Qué es entonces el
ensayo? Una definición exacta no puede conseguirse, porque todos los autores
que han recurrido a él lo conciben de maneras distintas. Alfonso Reyes lo
definió como el “centauro de los géneros”. Es un híbrido, y quizás podamos
decir que cada ensayo sigue sus propias reglas, estableciendo su intención, su
contenido, su lenguaje, su enfoque, su extensión. El ensayo “no sólo es un delicado
compromiso entre el análisis y la intuición, entre el lenguaje expositivo y el
metafórico, entre el conocimiento objetivo y la percepción íntima, sino que es
tan diverso como diversas son las disciplinas humanas”[2].
En otra definición, Ortega y Gasset opina que el ensayo “es la ciencia menos la
prueba explícita”.
¿El ensayo en verdad nace con Michel de
Montaigne? El mismo nos responde que sí: “Los autores se dan a conocer al
pueblo por alguna marca particular y externa: yo soy el primero en dar a
conocer mi ser total, como Michel de Montaigne, no como gramático, o poeta, o
jurisconsulto”. ¿Pero en verdad Montaigne fue el primero? ¿Qué podríamos decir
de las Cartas a Lucilio de Séneca, o los Moralia de Plutarco? ¿Y Platón,
Horacio y Plinio? ¿Y las obras medievales como las Confesiones de San Agustín, o los de humanistas como Maquiavelo (El
príncipe) y Erasmo de Rotterdam (Elogio de la locura), que podrían considerarse
ensayos, todos anteriores a Montaigne? Al parecer, los antiguos no lo distinguieron
como un género literario más, a lado de la poesía, el drama, la novela. Textos
que se pueden denominar “ensayos” han sido encontrados en todas las épocas. El
concepto de ensayo era nuevo, pero no
el ensayo mismo.
Ciertamente Montaigne logró “institucionalizar”
el género, darle un nombre y unas características definidas. Sus observaciones
para entender qué es el ensayo son aún válidas: “Tomo al azar el primer tema
que se me presenta. Todos me son igualmente buenos. Y jamás pretendo tratarlos
por entero. Pues de nada puedo ver el todo… Penetro en él, no con amplitud sino
con la mayor profundidad que puedo… Suelo rendirme a la duda o a la
incertidumbre, o a mi estado original que es la ignorancia”[3]
El desarrollo de este “reciente” género no
fue igual en todas las culturas. Suponiendo que su nacimiento se dio en Francia,
se extendió pronto a toda Europa casi al mismo tiempo en el que Montaigne
publicaba sus Ensayos. Sólo ocho años después surgiría Bacon, su contraparte
inglesa, moldeando y siguiendo a Montaigne con lo que es un ensayo moderno;
cuando el autor ya sabe que está escribiendo un ensayo. Bacón es sólo el primer
inglés de muchos: De Quincey, Carlyle, Ruskin, Walter Pater; éste último
influiría en Oscar Wilde. Es un tanto curioso que en España apareciera como tal
hasta fines del siglo XIX, como consecuencia de la generación del 98.[4] Leopoldo
Alas “Clarín” opinó así de Ariel de
José Enrique Rodó: “Ariel no es una
novela ni un libro didáctico; es de ese género intermedio que con tan buen
éxito cultivan los franceses y que en España es casi desconocido”. Sin embargo,
obras de Francisco de Quevedo como “Mundo caduco y desvaríos de la edad”, y “Las
cuatro pestes del mundo y los cuatro fantasmas de la vida”, ya pueden
clasificarse como ensayos, ya sea de vertiente política o filosófica. Es hasta
Miguel de Unamuno que en España, el ensayo se establece como un género
literario más.
Es entonces el ensayo una búsqueda, con
todas sus vacilaciones. Es una forma “dispersa y fragmentaria, que no sigue un
cauce retórico previamente establecido; un texto literalmente abierto”[5]. Son
parientes del ensayo el discurso, la disertación, los diálogos (en sus vertientes
platónicas y renacentistas), y las epístolas. Y cada uno de esos “parientes”
tiene sus propias características. ¿Cuáles son las características del ensayo? Si
partimos de la anterior idea de que cada autor dispone de sus propias reglas,
para escribir sus ensayos, quizás debamos escoger dos obras y confrontarlas, y
tal vez así logremos entender como cada autor tiene su propia idea del ensayo.
Tomemos primero el ejemplo de Oscar Wilde.
El esteta por excelencia, de quien
Borges (otro gran ensayista) opinó: “Leyendo y releyendo, a lo largo de los
años, a Wilde, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado
siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene
razón”[6].
Famoso por sus cuentos y sus obras de teatro, quizás donde menos ha sido reconocido
es en sus ensayos, los cuales no son pocos, y algunos los pronunció frente a un
público estadounidense, en su gira de conferencias por América. Entre sus
ensayos encontramos Intenciones, que
es un recopilatorio de ensayos que incluye El
crítico como artista, La decadencia
de la mentira, Pluma, lápiz y veneno, y La
verdad sobre las máscaras. Los cuatro al parecer alcanzan ejes temáticos
similares: la belleza del arte por encima de la misma naturaleza, la crítica,
etc. Otro de sus ensayos que publicó, El
alma del hombre bajo el socialismo, Borges lo calificó como “no sólo es
elocuente, sino justo”.[7] Este
último ensayo tiene todas las características a la que podemos adjudicar
generalmente a los ensayos: un tema fijo, pero al que le da vueltas, y delibera
sobre él. En este caso, un mundo regido por el socialismo, sólo que Wilde lo
interpreta de una manera un tanto romántica: “Bajo el Socialismo todo esto,
naturalmente, se modificará. No habrá gente viviendo en fétidas pocilgas,
vestida con hediondos andrajos, criando niños débiles, acosados por el hambre,
en medio de circunstancias absolutamente imposibles y repulsivas. La seguridad
de la sociedad no dependerá, como sucede ahora, del estado del tiempo. Si llega
una helada no tendremos a cien mil hombres sin trabajo, deambulando por las
calles miserablemente, o pidiendo limosna a sus vecinos, o apiñándose ante las
puertas de detestables albergues para tratar de asegurarse un pedazo de pan y
un sucio lugar donde pasar la noche. Cada miembro de la sociedad compartirá la
prosperidad y felicidad general, y si cae una helada, prácticamente nadie
estará peor.”[8]
. A Wilde le parece que el socialismo conducirá al individualismo, el sistema
político más apto para que la personalidad se desarrolle, y consecutivamente,
el artista florezca. Es profético en ocasiones: “Si el Socialismo es
Autoritario; si hay Gobiernos armados de poder económico, como lo están ahora
de poder político; si, en una palabra, llegamos a Tiranías Industriales, entonces
la condición del hombre sería peor que la actual”[9].
Observamos en este ensayo las características que comparten muchos ensayos:
Wilde, con su prosa simple pero poética, argumenta una idea (una hipótesis) y
la desarrolla, vierte toda su personalidad en ella; no hay personajes ni
ficción, es él mismo exponiendo una teoría, y no necesariamente está buscando
una razón o incluso una moral (“[…] y que si bien los pobres no tienen cultura
ni encanto, tienen sin embargo muchas virtudes”[10]).
Sin embargo, en ensayos como El crítico como artista, encontramos una
singularidad. Están escritos en forma de diálogo teatral: dos personajes,
Gilbert y Ernest, e incluso hay una acotación para precisar el escenario: el
interior de una biblioteca en una casa de Piccadilly con Green Park. ¿Por qué
este texto es entonces considerado un ensayo, en vez de una obra de teatro?
Wilde utiliza su dramaturgia, lo que lo lanzó al estrellato, como mera función
expositiva para demostrar sus ideas. Escribe pues un diálogo ficticio, entre
dos personajes que debaten una idea: ¿es el crítico también un artista? Pero
también mencionan cotidianidades: “No; no me apetece oír música ahora. Es
demasiado indefinida. Además, anoche, en la cena mi pareja era la baronesa de
Bernstein, y ella, que es tan encantadora en todo, se empeñó en hablar de
música, como si ésta estuviese escrita tan sólo en alemán”[11]. Pero
incluso en estas aparentes cotidianidades Wilde lanza más ideas que reforzarán
su diálogo. Surgen preguntas, como en
todo buen ensayo: ¿para qué sirve la crítica del arte? ¿Por qué razón el
artista debe ser turbado por el retumbar estridente de la crítica? Las
preguntas no necesariamente son respondidas, los personajes debaten con sus
propios argumentos una idea, y en ocasiones se dan la razón, en otras señalan
su desaprobación. Pero es un diálogo, cada quien aporta ideas, como si el mismo
Wilde debatiera consigo mismo, poniendo a prueba la validez de sus ideas. Tienen
todo el estilo de Wilde: la burguesía y aristocracia de la época victoriana, el
lenguaje florido y amanerado en ocasiones, y constantes referencias literarias.
Está dividido en dos partes: “La importancia de no hacer nada” y “La
importancia de discutirlo todo”. Al
final, los dos personajes no llegan a un acuerdo, pero por lo menos reconocen
la importancia de su propio diálogo. “La crítica es más creadora que la creación
misma, y que la crítica más sublime la que revela en la obra de arte lo que el
artista no ha puesto en ella; que precisamente porque un hombre no puede hacer
una cosa es por lo que es el juez perfecto para ella; y que el verdadero
crítico es parcial, falto de sinceridad e ilógico en muchas ocasiones. Amigo
mío, creo que usted es un auténtico soñador”[12]
Otra controversia similar es para definir su
“De Profundis”, la carta que escribió Wilde a Alfred Douglas, desde la cárcel. Habíamos
definido que la epístola es pariente (quizás lejano) del ensayo, pues aunque no
deja de tener narración y a veces, ciertos rasgos autobiográficos, el autor aquí
también expone su yo en aras de ser entendido. En el humanismo renacentista, la
epístola era el género que hacía el papel que ahora hace el ensayo; a veces el
remitente era imaginario. La epístola tenía una función didáctica, como ahora
lo tiene el ensayo, y las había en prosa y en verso. Entre sus exponentes
encontramos a Petrarca, quien escribió cartas a Cicerón y a San Agustín; las
Cartas Persas de Montesquieu, y también Erasmo de Rotterdam escribió cientos de
ellas.
“De Profundis” tiene un remitente real, el
amante de Wilde. Podemos dividir “De Profundis” (también llamada “Epistola: in
carcere et vinculis”, como le llamó Wilde) en dos partes. La primera es una epístola
íntima, crudamente personal y autobiográfica: una carta de reproche y amor
hacia Alfred Douglas, o como le llamaba Wilde, Bosie. Wilde narra su relación
con Bosie, los acontecimientos definitorios, el prometedor inicio y el ocaso de
aquella relación enfermiza. Le reprocha a Bosie su vanidad, su falta de
imaginación, el odio a su padre; esto último declara que es la verdadera causa
de que se encuentre en la cárcel.
La segunda parte es la ensayística. Wilde
aquí describe el crecimiento espiritual que ha conseguido en la cárcel. Eleva
el pecado a una categoría estética, y postula que Jesucristo es el primer
artista romántico de la historia. Wilde rememora sus antiguos ideales de
belleza y hedonismo, y los reconsidera; ahora enaltece el sufrimiento, y el
sentimiento de la piedad. Es de nuevo Wilde exponiéndonos una idea, sin el
glamour que caracteriza a sus otros ensayos, que tocaban temas meramente
literarios. Aquí Wilde se realiza un examen, y revaloriza sus propias y
antiguas obras. La frase que incluyó en uno de sus cuentos: “¿No es aquel quien
creó la miseria más sabio que tú?”, admite que la escribió sin saber su
verdadero significado. Ahora dice comprenderlo. La frase que quizás sintetice
esta obra es: “El momento cumbre del hombre es cuando se alce a los tejados, se
lancé al suelo y confiesa todos sus pecados”
¿Es De Profundis una epístola o un ensayo?
La primera publicación de la obra incluía sólo la segunda parte, la que podemos
considerar ensayo como tal. Pero ya hemos dicho con anterioridad que el género
ensayístico es el más flexible de todos, el que sigue menos reglas, y no tiene
ninguna autoridad, o un canon que exija los ensayos las mismas características.
El ensayo es una “perspectiva para ver, un punto de partida”[13].
El De Profundis de Wilde es una obra donde más podemos ver desde la perspectiva
de este escritor, y aun sufriendo las penurias de la cárcel, tiene aún
sensibilidad para postular su teoría del Cristo como artista romántico. Esta última
una hipótesis como la de cualquier otro ensayo.
Pasemos al otro ejemplo: Eduardo Galeano. Escritor
famoso por sus cuentos, su hiperrealismo, su denuncia social. Esta última la
que nos atañe, la que vemos expuesta en una de sus obras más reconocidas y un
ensayo con todas sus características: Las venas abiertas de América Latina.
Este libro es un análisis histórico y didáctico
de la historia de Latinoamérica con un enfoque de denuncia hacia la colonización
española y el establecimiento del Nuevo Mundo, describiendo la explotación de
los recursos naturales, y por supuesto, la explotación del hombre. Es una
investigación que ahonda en los orígenes del actual contexto político y social
de Latinoamérica, una retrospectiva detallada de las colonizaciones materiales
y espirituales, primero de Europa, después de Estados Unidos. Galeano escribió “un
ensayo testimonial, que fue muy leído en su tiempo […] y se trata de un buen
ejemplo de reportaje político y de literatura de combate, al que distingue un
estilo de gran precisión y convicción”.[14]
¿Qué características encontramos en “Las
venas abiertas de América Latina” que podemos extraer y generalizar en todos
los ensayos? Es un texto que, aparte de denunciar y narrar, Galeano se toma
tiempo para reflexionar y exponer sus ideas sobre este vergonzoso episodio (que
aún continua) en la historia: “Una escalera mecánica es la revelación del paraíso,
pero el deslumbramiento no se come: la ciudad hace aún más pobres a los pobres,
porque cruelmente les exhibe espejismos de riquezas a las que nunca tendrán
acceso, […] máquinas poderosas como el Dios y como el Diablo”[15].
Como se ve, la prosa de Galeano no es la de un periodista que muestra la
realidad tal cual, que la exhibe desnuda y sin adornos. Galeano sigue siendo el
poeta y el cuentista, y esta vez domina un tema que le apasiona, y le es
imposible dejar las figuras literarias. Esto es lo que distingue al ensayo de géneros
periodísticos como la crónica, los cuales también desarrollan un tema; estos últimos
tienen temporalidad y fecha de caducidad. “Las venas abierta de América Latina”
se queda en la literatura, porque no es un libro panfletario ni una crónica. Es
la voz de un testigo de esa cruel invasión, la voz de un poeta. La última frase
es Galeano hablando, su atisbo de esperanza: “"Se abren tiempos de
rebelión y de cambio. Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas
de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre
las consciencias de los hombres"[16]
Sea cual sea el tema que tomen, los autores
de sus ensayos, ya sea narrando un episodio histórico (Galeano) o exponiendo
sus ideas, o las interpretaciones de otras ideas (Wilde, Montaigne), la voz es
la voz del autor, es él mismo sin personajes ni ficción, hablando consigo mismo
(y no necesariamente exponiéndole un tema al lector); y aquí tiene todo el
permiso para divagar, permiso que se le es negado en la poesía y el cuento. El
ensayo “representa una mirada que observa a la vez que evalúa, en un esfuerzo
tensivo, que se tiende como puente desde y hacia un mundo valorado”[17].
Un texto de tema fijo pero no inamovible, ya que el autor puede jugar con él.
Decir que es una composición escrita en prosa, generalmente breve y en el cual
se expone la interpretación personal de un tema, es quedarse corto. Y también
decir que se divide en categorías como el ensayo crítico, el ensayo poético, el
ensayo personal… Hay tantos tipos de ensayos como autores. El mismo Galeano
alguna vez afirmó: “No hay géneros. Sólo hay literatura”. Para reforzar esta última
idea, está José Miguel Oviedo, quien habla así de Borges: “[…] no existen de manera
separada un Borges ensayista, un Borges poeta, un Borges cuentista […] un texto
como “Borges y yo” es un cuento que es también un ensayo que es también un
poema”.[18]
¿Es entonces el ensayo un género indefinido
o indefinible? Quizás, en los tiempos de Montaigne, había unas características
definidas, un fin determinado, una función específica. En la actualidad, no hay
una forma específica para escribir un ensayo, pero incluso aunque exista una
flexibilidad, siempre hay denominadores en común en todos ellos: un tema, un
autor, un tema que investigado, analizado, y profundizado por el autor, éste
ahora puede verter su personalidad en él, presentar hipótesis y teorías; sus
pensamientos, sustentados por una base literaria o científica, son la voz de su
prosa. No hay reglas para escoger los temas para los ensayos, y así como hay
ensayos sobre las religiones, el arte, la literatura, o el hombre, hay ensayos
sobre el mismo ensayo, como este brevísimo, que ha finalizado.
[1]
Weinberg Liliana, Pensar el ensayo, Siglo XXI Editores, 2007, pp. 16.
[2]
Oviedo, José Miguel. Breve historia del ensayo hispanoamericano¸ Alianza
Editorial, pp. 12
[3]
Montaigne, Ensayos I, Editorial Gredos, pp. 370
[4] Oviedo,
José Miguel. Breve historia del ensayo hispanoamericano¸ Alianza
Editorial, pp. 20
[5]
Oviedo, José Miguel. Breve historia del ensayo hispanoamericano¸ Alianza
Editorial, pp. 18
[6]
Borges, Jorge Luis. Otras inquisiciones. Alianza Editorial, pp. 78
[7] Borges,
Jorge Luis. Otras inquisiciones. Alianza Editorial, pp. 78
[8]
Wilde Oscar, De profundis y ensayos, Editorial Losada, pp. 167
[9] Wilde
Oscar, De profundis y ensayos, Editorial Losada, pp. 168
[10]
Ibid, pp. 168
[11]
Ibid, pp. 114
[12] Ibid,
pp. 134
[13] Weinberg
Liliana, Pensar el ensayo, Siglo XXI Editores, 2007, pp. 22
[14] Oviedo,
José Miguel. Breve historia del ensayo hispanoamericano¸ Alianza
Editorial, pp. 147
[15] Galeano
Eduardo, Las venas abiertas de América Latina, Editorial Siglo XXI, pp. 245
[16] Ibid,
pp. 252
[17] Weinberg
Liliana, Pensar el ensayo, Siglo XXI Editores, 2007, pp. 23
[18] Oviedo,
José Miguel. Enciclopedia del ensayo, Alianza Editorial, pp. 97