Es
triste cuando libros que cuentan historias breves pero poderosas no son tan célebres
como debieran. Este es el caso de “Historia de lo fijo y lo volátil”, de
Fernando de León, que retoma el mito del Judio Errante, aquel que fue maldecido
a andar y vagabundear eternamente y sin descanso por todo el mundo; maldición
hecha por Jesús a sólo unos pasos de ser crucificado. En este caso, Fernando de
León agrega al tío del Judio Errante, y completa una historia que se desplaza
en lugares como Praga, París y Tlaquepaque, Guadalajara.
La novela (que es tan corta que es más bien
un cuento largo), narra dos historias paralelas: la primera, narrada en segunda
persona, es la historia de un sujeto (o más específico, tú, lector) encontrando
una catedral gótica hecha de papel, que es la primera pista que lo acerca al
inmortal Judío Errante; la segunda, es la historia del Judio Errante contada
desde el inicio, mientras juega un antiquísimo juego con su tío, en el mismísimo
monte de Gólgota. De ahí son condenados hasta que llegue el Juicio Final, en donde
deciden retomar el mismo juego, esta vez sobre la tumba de Jean Paul Sartre. En
el trayecto, se encuentran con personajes tan diversos como el Golem, el diablo
o la mismísima Lilith, con quien el Judio Errante encuentra un consuelo; una
mujer inmortal.
“Historia de lo fijo y lo volátil” es una
novela breve, y que quizás ahí radica su fuerza; no pierde el tiempo en
divagaciones y a través de las historias con las que se topa el Judio Errante,
es donde Fernando de León se permite reflexionar sobre si la mortalidad es tan
bello como se suele soñar. Lo mejor de la novela es aquel hilarante pero
significativo final, donde el Judio Errante llega a una cantina de Tlaquepaque
y conoce a Lilith; ahí, hay dos frases que debido a su belleza, me parecen lo
mejor de la obra: “Para los mortales, la madurez es una forma civilizada de
enfrentar el desgaste y la vejez, una estrategia de muerte” y “Llenos de
gracia, no éramos sino un cuerpo que luchaba por recuperar sus antiguas
individualidades: cuando la unión se ha concretado verdaderamente: también la
separación es un placer”.
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