viernes, 5 de octubre de 2012

Palabras vivas


Duele. Duele mucho. Pero duele bien. Tienes cáncer y te morirás en unos meses, o lo que es lo mismo, en unos días. ¿Y qué quieres que haga, ponerme a llorar? Eso es una grosería, y como me diste la razón, te tomé la palabra y te pregunté: ¿Qué quieres hacer? Y me dijiste que todo, ¿y qué es todo para ti? Porque si quieres vamos y matamos a alguien, si quieres vamos y hacemos un trío; si quieres, gastamos todos nuestros ahorros y nos vamos de viaje. Sí, algo así, dijiste, pero también quiero leer todos los libros que nos falta leer… ¡Ah, recuerdas la promesa! Exclamé. Claro que sí, dijiste, tú mismo me prometiste que todos los libros que compráramos los íbamos a leer juntos, tú un párrafo y yo otro… Sí, sí, nos faltan como veinte libros en la estantería, veinte libros y a morir. No seas necio, dijiste, moriré y moriré bien, porque amé y me dieron amor, es más, ni me di abasto, y fue tu culpa. No es nada, dije, pero déjame hacer algo, déjame…déjame algo tuyo. ¿Cómo qué? Preguntaste. ¿Quieres mis manuscritos, mis dibujos, mis pulseras, mis relojes? ¿Quieres un pelito mío, o quieres todo mi cabello? No, yo quiero tu voz, porque si ahora no puedo estar sin escuchar tu voz un día, ¿te imaginas cómo estaré todo lo que me queda de vida?
   ¿Y cómo te doy mi voz? Por mí te la doy, si quieres úsala, agárrala de mi garganta y póntela en la tuya, pero ¿cómo? Es imposible…
   Pero espera, dije, ¿qué será de mí cuando mueras? Tu voz es mi alarma, ¿cómo despertaré ahora? Tu voz es mi mapa, ¿cómo sabré a donde ir ahora? Tu voz es mi historia, ¿cómo recordaré ahora? Mira, mira, se me ocurrió una locura…
   ¿Tú? ¿Tú una locura? ¿Cuál de todas? ¿Cómo la locura de serme infiel y yo perdonarte? ¿Cómo la locura de vivir de la renta que cobramos, de no hacer nada en todo el día excepto leer, comer y coger? ¿Qué nueva locura ahora?
   Me duele lo que dices, pero duele bien. Ésta es mi locura: acercaré una grabadora a tu boca y haré que digas todas las palabras del español, del castellano más refinado, y una que otra del inglés. ¿Qué te parece mi locura?
   Prefiero tomes mi cuerpo, prefiero conserves el ataúd donde descansaré y lo coloques a un lado de la cama, ¿no es más fácil para tu alma? Grabar todas y cada una de las palabras del español, qué cansado, ¿me quieres matar del hastío?
   Vamos, sé que te divertirás, ¿es que ya no recuerdas cuantas palabras bonitas hay? Es para que las sientas por última vez en la boca, los últimos bocados de tu idioma. Vamos, será fácil y rápido, y si quieres, si nos apuramos, viajamos a todos lados.
   ¿Y los libros que nos falta leer? ¿Es que jamás sabré de que va Milan Kundera, es que jamás transitaré las carreteras que recorrió Kerouac, es que nunca más volveré a limpiar el whisky de los labios de Bukowski? Usa mi cuerpo, usa mi voz, haz lo que quieras conmigo, pero déjame leer esas historias y morir en paz.
   Pues agarremos los diccionarios que ya se hace tarde; de la A a la Z, yo quiero todas las palabras, desde los nombres propios hasta las terminologías, desde las locuciones latinas hasta las griegas. Las palabras en desuso también, ¿porque no? Las palabras más hermosas como nostalgia, ojalá y saxífraga, dilas con pasión, como si les fueras a dar un beso. Sí, sí, pasemos horas y horas en esta empresa, yo te grabo con una videocámara, mientras tú comes y comes palabras, y la grabadora las guarda. Después, las pasaré a la computadora, ¿y sabes algo? Serás inmortal.
   Doce horas diarias te la pasas grabando palabas ininterrumpidas, cumpliendo mi capricho. En las noches leemos tus libros pendientes y los pasajes de tus libros favoritos. Ahí me toca leer con mi voz.
   Yo también extrañare tu voz hijo de puta, dijiste, ¿a qué yo no puedo grabarla y llevármela? ¡Para dejarte mudo, sinvergüenza!
   Escucharas mi voz cuando quieras, reclamé, porque mi voz será la música que te guie por los pasillos de la muerte, y de ahí, ¡adonde te quiera llevar! ¿Qué más quieres? Tú te llevas mi paz, la seguridad de tu “Todo estará bien” que murmuras cada vez que me abrazas... ¡Ay, no se te vaya a olvidar grabar aquella oración, que es como un conjuro para mí…!

Te me moriste. El último día, te supliqué que no te fueras, que te quedaras, ¡qué me importa congelar tu voz, si la voz no me besa, no me toca, no me hace el amor! Y maldita sea, lo hicimos por vez última, de manera triunfal, ¡a ganar, a ganar! Pero luego te moriste, en nuestra cama, y no dejaste ni una nota, ni dijiste adiós;  tan de repente, como si todo este tiempo sólo hubieses sido carne.
   Pero ay, por suerte alcanzaste a grabar todas las miles y miles de palaras del idioma español, aunque al final casi te quedaras afónica, pues bien me di cuenta que cuando hacíamos el amor, para ti gemir era una dificultad. Tus últimas palabras fueron: “Adonde me lleven, me van a cambiar la voz”. Era cierto.
   Organicé todas las palabras grabadas y creé un software para usarlas a mi antojo. Me puse a llorar. Me puse a llorar porque la vi estantería y noté que no acabaste de leer tus novelas pendientes, y todo porque le hiciste caso a mi capricho. Escribí mi nombre para que el software lo leyera con tu voz. Quiero creer que pronunciabas mi nombre con ternura, o por lo menos con ese amor dolido que sigue a la infidelidad. Escuché mi nombre mil veces con tu voz, y mientras era tu funeral, coloqué tu arrullo “Todo estará bien” adentro de mi celular, sólo por si acaso. Pero mientras el ataúd bajaba a la tierra, no la quise escuchar. Porque me hubieses mentido.
   Porque conversaba contigo, enfrente de la computadora; yo te hablaba y yo escribía tus contestaciones; porque sabía de memoria lo que me dirías, así que sólo transcribía tu alma, alargándola. Te coloqué en el GPS del auto, y ahora era tu voz la que me decía a qué calle girar. Te coloqué en mi despertador y ahora eras tú la voz que me decía la hora. Te coloqué en los libros, y ahora eras tú la voz que los leía, y me alivié pues podías leer las novelas que no leíste en vida.
   Y todas las conversaciones que no tuvimos, esas postergadas por “un día de estos”, esas charlas sobre los secretos de nuestras vidas, que sólo se manifiestan debajo de las sábanas, donde dos pieles acostumbradas una de la otra se tocan; esas charlas que le dan sentido a la vida, donde los perdones llueven, las tuvimos. Tarde, pero charlamos así. Claro está que yo escribía en el teclado de la computadora portátil lo que tú decías, ¿pero qué querías?
   Haces bien, dije yo y dijiste tú, porque aún muerta no me quiero quedar callada, y escupiré todo lo que en vida me tragué, y lo haré sólo porque serás tú quien lo escriba, pues todo aquello vivía adentro de ti (vivía adentro de mi), esos remordimientos en el fondo de tu estómago; me tienes adentro, tu voz es mi voz ahora.
   Y tienes razón, te digo, amor mío, que tu voz sigue siendo tuya aunque yo la manipule, que tu amor es tuyo aunque yo lo juegue; y si tu quieres, sólo si tu quieres, hablaremos toda la vida, yo transcribiendo tus palabras desde la vida, y tú transcribiendo las mías desde la muerte, ¡porque sé que tú también escribes las palabras vivas que diré en una computadora! ¿Y sabes una cosa, sabes una cosa? Yo también grabaré todas las palabras del español, las colocaré en la computadora… y cuando me muera, habré creado un segundo software que responda al tuyo. Y aquellos programas, que seremos tú y yo, conversarán hasta el infinito, agotarán todas nuestras charlas posibles, incluso aquellas que no deberíamos tener… Nuestras voces estarán programadas para comunicarse conforme a las reglas de nuestras personalidades: con nuestras muletillas, nuestras pausas, nuestras palabras mal pronunciadas… Sí, sí, y ya hasta deseo la muerte, pero tendré que esperar, y mientras tanto, hablaremos así, combatiremos la muerte así, ¿no es esa una locura más? ¿No era lo que tú querías? Y leeremos juntos, hasta la eternidad, todas las novelas y libros que se han escrito, y los que ni siquiera se escribirán; ¿y sabes una cosa más? Sí, sí, duele muchísimo, duele demasiado, pero duele bien, duele muy bien.  


  

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